Extraordinaria
película, dirigida por Clint Eastwood, a sus 92 años, que contiene múltiples
capas, que me llevan a preguntarme: “¿Existe, realmente, la justicia?”; ¿qué es
la justicia?” o más bien: “¿Cómo debe ser la justicia
en el camino del amor incondicional?”, porque éste es mi camino.
Un
hombre es acusado de matar a su pareja. El protagonista, Justin Kemp, que es el
jurado número 2 del título, descubre que él es el verdadero culpable y, aquí,
comienza sus dudas: ¿debe entregarse a la policía? Si lo hace, le van a
declarar culpable y, seguramente, condenar a cadena perpetua. Es un buen
hombre, que tuvo un accidente y no quiere pasar el resto de su vida en la
cárcel y, como se considera un buen hombre, como jurado que es, no puede ayudar
a que declaren culpable a un inocente.
Pero
esto no es de lo único de lo que se habla en la película: dos de los jurados no
quieren estar ahí, quiere que todo termine cuanto antes, porque, una tiene a
sus hijos en casa esperando y la otra a su marido; es decir, falta de empatía y
egoísmo, lo que les lleva a mentir.
Otro
de los jurados tenía un hermano, el cual fue asesinado por pertenecer a una banda,
a la que pertenecía el acusado (éste ya abandonó su pasado). Sus emociones le
llevan a querer declarar culpabilidad; no tiene en cuenta las pruebas
presentadas. De nuevo, las mentiras.
La
fiscal está totalmente enfocada en las elecciones y no piensa con total “objetividad”,
pues debe ganar el caso, por su propio interés, llegando, incluso, a...
adivina... mentir.
Justin,
finalmente, viéndose acorralado, miente y apoya declarar al acusado culpable.
El
mensaje para mí viene al contestar la pregunta “¿Cómo debe ser la justicia en
el camino del amor incondicional?” y, primero, debo saber “cómo no es la
justicia en el amor incondicional”: no se debe llegar a ella a través de la
mentira, por tanto, la justicia debe llegar a través de nuestra verdad, la de
cada uno.
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