Edward tiene su rostro completamente deformado, debido a tumores que tiene por toda la cara. Su deseo es ser un gran actor, pero se limita a comerciales, relacionados con su condición. Se enamora de su vecina, pero él es extremadamente tímido, hasta el punto de casi aislarse socialmente; no cree poder conquistarla.
Su
médico le informa de que existe un nuevo tratamiento. Edward lo prueba y le
cura totalmente. Con su nuevo rostro, consigue tener éxito en su trabajo y con
su vecina; pero, ¿es realmente feliz?; ¿vive en paz? No.
De
repente, como si de su pasado se tratara, aparece Oswald, otro hombre con la
misma deformidad en la cara. Allí donde va Edward, Oswald surge repentinamente.
Pareciera que le está persiguiendo.
Oswald
es alegre, muy social, todo el mundo le ama profundamente, nadie le rechaza por
su aspecto... Vive en paz. A Edward esto le desequilibra, hasta el punto de
comenzar a descender por un pozo muy profundo e ir perdiendo, poco a poco, su
nueva vida. Aquí está el mensaje de la película: el hecho de que te acepten, te
respeten y te amen comienza porque tú te aceptes, te respetes y te ames.
La película es espléndida, lenta, un tanto contemplativa, más para sentir, pero en la que no paran de suceder cosas. Los dos protagonistas están monumentales (Adam Pearson, que interpreta a Oswald, tiene, realmente, esos tumores).

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